Y aquí podeis vernos en plena faena plantando arbolitos y poniendo en ellos la esperanza de que puedan agarrarse con fuerza a la vida. Lo de la azada no se me da nada mal y la verdad es que, aunque después casi no podía moverme de las agujetas, me encantaría tener que hacer todos los días algo parecido. No tiene precio la paz que proporciona al espíritu el estar expuesto a los elementos, poder oir la respiración, tocar la tierra con las manos y trabajarla, darle forma y vida.
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